Extremadura es un misterio, una tierra rica en historia y grandeza. Quizá sea por su localización alejada, o el rugoso y en ocasiones hostil terreno, que Extremadura permanece como una de las regiones menos conocidas y menos alcanzadas de España.

Entramos por el este, a través de Cabeza del Buey, luego por Castuera y subimos hacia Campanario, en la región llamada La Serena. Campos amarillos de hierba seca se extienden hacia el nublado horizonte, interrumpidos únicamente por colinas distantes. Rocas que afloran sosteniendo los restos de los castillos abandonados. Por el día el pueblo parece estar desierto. Plazas abandonadas y calles vacías que esperan la brisa fresca del atardecer para ser recorridas por las parejas jóvenes, los hombres mayores y las madres que empujan carritos con niños dormidos.

Después de Don Benito el paisaje cambia por completo. Los aspersores riegan cubriendo los valles de verde. Los canales de agua han traído color y vida a las llanuras de Extremadura central. Y el pueblo de Guareña cobra vida con las notas nocturnas de la banda municipal y los destellos de la feria anual.

El agua ha cambiado esta parte de Extremadura, con sus cargamentos de tomates y grandes campos de maíz. Aquí, la agricultura conduce la economía. Pero según avanzamos al norte el verde de nuevo es transformado en marrón. Aun más allá, las pendientes de la Sierra de Gredos prometen vientos más frescos.

El norte de Extremadura es donde muchos van para escapar del calor veraniego. La zona de La Vera da la bienvenida a los turistas con sus colinas y riachuelos, y unas temperaturas que incluso permiten el paseo diurno en pleno Agosto.

La mayoría de los extremeños han tenido que aprender a adaptarse a lo que la tierra les da. Al oeste, campos inagotables de alcornoques, troncos desnudos anaranjados por la reciente cosecha proporcionan uno de los productos más importante de la zona. Cerdos negros pastan con bellotas al cobijo de los mismos árboles, dotando de un sabor especial al jamón ibérico más premiado de España.

En esta tierra pervive un espíritu de aventura y resistencia. Hasta los pueblos más pequeños pueden presumir de su gran castillo, recuerdos de las muchas batallas que se lucharon por la reconquista de España. Se les otorgó a los Templarios el pueblo de Jerez de los Caballeros por su participación en la guerra. La fortaleza de Alburquerque domina el paisaje de todo lo que la rodea. Y el fuerte espíritu de lucha permaneció aunque se acabaran las batallas. La conquista española del Nuevo Mundo, fue liderada por extremeños, tales como Cortez en Méjico, Pizarro en Perú, y Nuñez de Balboa, que dio nombre al Océano Pacífico.

Otro hijo natural de la tierra, Casiodoro de Reina, luchó una batalla diferente. Como cura, sintió interés por las enseñanzas radicales de Martín Lutero, y la autoridad sólo de la Palabra de Dios. Tuvo que huir de la Inquisición al norte de Europa, donde tradujo la Biblia al castellano. Aunque su traducción fue aceptada universalmente entre los protestantes de habla hispana, los enclaves del protestantismo español fueron destruidos. Aún hoy, la mayoría de los pequeños pueblos de Extremadura carecen de testimonio evangélico.

Extremadura es una región llena de desafíos. El clima y la tierra requieren un cierto tipo de individuo – uno que se compromete a permanecer, que no tiene miedo a los retos y que perseverará aún cuando las condiciones se compliquen. Para traer el evangelio a Extremadura se requiere el mismo tipo de persona: que persista en la oración, que sea fiel hasta el final, que mantenga el objetivo presente y no se rinda. Así como el agua trajo vida a Extremadura, los ríos de agua Viva pueden traer vida y esperanza a las gentes de Guareña, Alburquerque, San Vicente de Alcántara, Jerez de los Caballeros, y a todos los pueblos extremeños que necesitan la vida que hay en Jesús.